En 1910, el que llegó a ser premio Nobel de la Paz británico, Sir
Ralph Norman Angell, publicó un best-seller titulado "
The Great Illusion" en el que afirmaba que la integración de las economías de los países europeos había llegado a un punto tan elevado de interdependencia que la guerra entre ellos era totalmente imposible. Cuatro años más tarde estallaba la primera guerra mundial.
Ahora, cien años más tarde y después de dos guerras brutales, los países europeos han ido mucho más lejos en su integración, hasta el punto de crear una Unión política y monetaria que se comporta en muchos aspectos como un estado federal europeo. El desarrollo de esta Unión Europea, según se ha dicho y repetido, habría permitido desterrar el peligro de una nueva gran guerra. Una afirmación que hoy difícilmente nadie se atrevería a negar.
Históricamente, sin embargo, la economía no ha parado las guerras sino más bien lo contrario. Las crisis económicas provocan miseria, miedo y desesperación; generan protestas y enfrentamientos que si no se saben canalizar y darles una respuesta culminan en estallidos de violencia o en la guerra pura y dura. Las crisis económicas profundas son el caldo de cultivo de todos los extremismos, de todas las utopías y de todas las demagogias.
¿Estamos vacunados en Europa contra todos estos peligros?
Aparentemente, sí, pero no se puede estar del todo seguro. Si la incapacidad política sigue dando palos de ciego, yendo a remolque de los acontecimientos y adoptando medidas insuficientes y contradictorias, alargando la salida de la crisis, la situación puede llegar a estallar por la chispa menos pensada. Y no necesariamente sólo desde el interior.
El debilitamiento de Europa hace que el viejo continente se encuentre probablemente en su momento más vulnerable desde el fin de la segunda guerra mundial. Vulnerable económicamente, vulnerable políticamente y vulnerable militarmente.
Vulnerable económicamente por la magnitud de una crisis que ha dejado las arcas vacías y endeudadas. Vulnerable militarmente por el repliegue de los Estados Unidos que ha pasado a centrar su prioridad en el Pacífico y vulnerable políticamente por el descrédito de la clase dirigente. Un descrédito que ha forzado a Italia y Grecia a sustituir la incompetencia por la ilegitimidad. La elección de Monti y Papadimos, contrariamente a lo que se afirma, ha sido, desde el punto de vista de una democracia parlamentaria, perfectamente legal, pero difícilmente podrá ser percibida como legítima ya que comportará un cambio copernicano de política sin que esté avalada por el sufragio ciudadano. Y esto provoca impotencia y frustración democrática.
Se dan, pues, bastantes de las condiciones, internas y externas, que en otros momentos del pasado han acabado en un conflicto violento. La historia, ciertamente, no está escrita por adelantado, pero si dejamos que la lluvia se convierta en riada entonces será imposible de contener o desviar. No caigamos en la trampa de Sir Norman Angell, pues el exceso de confianza suele ser la peor de las ilusiones.