Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst





Después de 13 años de escribir en este blog prácticamente sin interrupción, hoy lo doy por clausurado. Esto no quiere decir que me haya jubilado de la red, sino que he pasado el relevo a otro blog que sigue la misma línea de Nihil Obstat. Se trata del blog The Catalán Analyst y de la cuenta de Twitter del mismo nombre: @CatalanAnalyst . Os los recomiendo.



Muchas gracias a todos por haberme seguido con tanta fidelidad durante todos estos años.


sábado, 27 de septiembre de 2014

La burbuja soberanista

En el sainete por entregas del proceso soberanista catalán, Artur Mas ha protagonizado hoy el clímax dramático de la obra. Ha firmado el decreto de convocatoria de la consulta que, según los nacionalistas, ha de cambiar la historia de Cataluña. Ahora sólo quedaría el suspense de esperar el desenlace. Pero el desenlace está escrito de antemano desde el primer día, como el resto del libreto. Un desenlace que todos los miembros de la compañia, desde los autores a los actores, conocen perfectamente. Todos, excepto la gran mayoría de los ciudadanos catalanes, siempre tan bien informados por sus partidos, instituciones y medios de comunicación.

El guión establece que el gobierno de la Generalitat dará todos los pasos políticos y jurídicos necesarios para poder convocar la consulta y convocarla. Y cuando el Tribunal Constituciona la suspenda, a petición del gobierno central, no celebrarla. Artur Mas acatará, aún sin compartir, la decisión del más alto tribunal. Y lo hará, no porqué desee hacerlo, sinó porqué no tiene otro remedio. Europa nunca aceptará la ilegalidad de una ruptura unilateral con el orden democratico y constitucional en uno de sus estados miembros. Es decir, que a partir del martes la consulta estará muerta y con ella dos años de teatro político que sólo habrán servido para hinchar la burbuja soberanista que ha mantenido a Mas en el poder.

A partir de la semana que viene, Mas intentará seguir con el guión establecido. Hasta el 9-N mareará la perdiz, recurrirá la suspensión y seguirá con los preparativos materiales de la consulta. Cuando llegue el dia 9 y siga la suspensión del Constitucional empezará a poner en marcha el plan B: las elecciones plebiscitarias. Este plan B, sin embargo, tiene menos futuro aún que la consulta. La diferencia radica en que mientras todos sabían que el referéndum no podría celebrarse pero servía para unir y mantenerse en el poder, las elecciones plebiscitarias si que pueden celebrarse pero difícilmente el 'bloque soberanista' podrá llegar a constituir, sin dividirse, una candidatura y un programa electoral común.

Todo esto se sabía desde el primer día. Sin embargo, la mayor parte de la clase política catalana ha actuado como si no lo supiese, aparentando un protagonismo histórico del que carecía. Así, no han dudado en jugar con los sentimientos de los catalanes para sacar provecho político. La burbuja soberanista les ha servido a unos para amortizar el desgaste de la crisis y a otros para acumular fuerza política. Pero las burbujas siempre acaban por deshincharse o estallar. La decepción y el desencanto que generará la imposibilidad de celebrar el referéndum es muy probable que desinfle la burbuja soberanista catalana. El temor no es tanto si ello arrastarará a los aprendices de brujo que la hincharon como si abrirá viejas cicatrices entre los ciudadanos de Cataluña.

El Titanic se hundió en el Parlament

Pujol fue al Parlament para someterse a la expiación pública de su pecado, pero no pudo -o no quiso- sobreponerse a su personaje. Después de casi una hora contándonos su vida, sólo concretó que el dinero recibido de su padre fue de 140 millones de pesetas de 1980. Y dió carpetazo a su intervención. La oposición le pidió más información, le formuló numerosas preguntas y le exigió explicaciones políticas. Pero no sólo no respondió a ninguna sinó que encima se enfadó. Regañó a los diputados por preguntar cosas que no tocaban, los abroncó por su falta de moralidad (!) y, como poseído por la ira de Yahvé, les acusó de querer instruir una causa general contra él, sus gobiernos y su obra.

ERC se mostró tierna; el PSC, educado; la CUP se fue a Itaca; el PP, duro; Ciutadans, implacable e ICV apuntándose tantos. Pero todos exigieron a Pujol que respetara a la cámara y que diera cuenta de todo lo que sabía. Todos menos Convergencia, que se arrodilló ante Dios padre como buen hijo pródigo, y no como Rivera que había dicho que hay cosas que no toleraría ni a su padre. A pesar del desmarque inicial de CiU, Turull, en clara dejación de sus funciones parlamentarias, en lugar de interpelar al compareciente dedicó toda su intervención a interpelar, o más bien provocar, a la oposición. Pujol se había salido de sus casillas al chulear al Parlament y Turull pretendió atenuarlo sacando de sus casillas a la oposición. No lo consiguió.

Pujol fue al Parlament no a confesar sus pecados sinó a hacer de confensor e imponer penitencia a los pecados de los demás. No fue como acusado sinó como acusador. No fue a expiar sinó a inquirir. No compareció como un hombre avergonzado sinó como un sinvergüenza. Genio y figura hasta la sepultura. Orgulloso, el Titanic Pujol se hundió definitivamente en Parlament arrastrando a Convergencia con él.

martes, 23 de septiembre de 2014

Voto contra Democracia

El voto, sin limitaciones constitucionales, no es otra cosa que la fuerza bruta con guante de seda. Cansa repetirlo, pero el voto por si mismo no es la democracia. O por lo menos, no es lo que en Europa y en EEUU se ha entendido por democracia en los últimos 300 años, es decir, la democracia liberal o constitucional, también conocida como deliberativa o representativa. Los otros apellidos de la democracia -directa, participativa, popular…- son otra cosa distinta, muchas veces opuesta, a la democracia liberal. Gustará o no. Se estará con ella o contra ella, pero de democracia constitucional, como de madre, solo hay una.

Repitámoslo una vez más: la piedra angular de la democracia liberal es la limitación del poder del gobierno, cuya función principal es garantizar las libertades y los derechos ‘inviolables’ de todos los ciudadanos, que nadie puede recortar ni abolir. Nadie. Ni el rey, ni la Iglesia, ni una mayoría electoral. En una democracia constitucional, el Estado respeta a las minorias y no puede imponer ningún modelo étnico, racial, cultural, religioso o de otra naturaleza si ello comporta una ruptura con los derechos y libertades fundamentales. Esta ha sido, sin duda, la mayor revolución política de la historia. Cambiar el quién manda por cómo manda.

Por el contrario, el único objetivo de la democracia iliberal (o cualquiera que sea su apellido) es alcanzar el poder y usarlo para imponer un modelo particular. Los iliberales no quieren que existan limitaciones al poder de la llamada ‘voluntad popular’, supuestamente expresada en la mayoria electoral. Los procedimientos que inhiben la democracia directa son vistos como ilegítimos, como una mordaza para la voz del pueblo. Los ‘derechos naturales’ o preexistentes son rechazados por considerarlos teológicos o supersticiosos, sin querer entender la explicación evolucionista de los mismos. La democracia iliberal es, pues, incompatible con el estado de derecho.

Esta concepción iliberal de la democracia, aunque siempre ha existido, empezó a crecer a finales del siglo XX especialmente entre los grupos antisistema y se ha ido extenidendo paulatinamente entre las nuevas generaciones y fuerzas políticas tradicionales de izquierda, empujadas por una crisis que ha suscitado la búsqueda de nuevas alternativas. La democracia directa, participativa, referendaria ha impregnado también a los movimientos nacionalistas. La vicepresidenta de la Generalitat de Cataluña, Joana Ortega, afirmó hace unos días, como la cosa más natural del mundo, que los problemas de nuestra democracia se resuelven con más democracia. Una afirmación propia de Pablo Iglesias, pero totalmente impropia de una dirigente de un partido conservador como Unió Democrática de Catalunya y de una licenciada que ha estudiado derecho durante nueve años.

Los referéndums sólo suelen ser útiles para ratificar o rechazar lo que han consensuado las fuerzas políticas democráticas en un parlamento sujeto al imperio de la ley y a los principios constitucionales. Como mucho, pueden servir para preguntar a los ciudadanos a qué hora prefieren que les recojan la basura, pero nunca para decidir a priori sobre derechos o problemas complejos. Incluso los más acérrimos defensores de la democracia directa no aceptarían que se celebrase un referéndum para decidir la expulsión de una minoria racial o religiosa, la detención y deportación de los inmigrantes ilegales, la penalización de la homosexualidad o la restauración de la pena de muerte.

Sin embargo, no hace falta poner ejemplos tan dramáticos para comprobar los peligros que comporta gobernar por referendo. El ejemplo de California es ilustrativo. Durante algunos años, la fiebre referendataria se desató en el estado más poblado de la Unión. Se legisló tanto en base a los resultados de las consultas que el gobierno quedó sin capacidad de maniobra. En 1974-1975 se preguntó al pueblo si quería más o menos impuestos. Y el pueblo, como era de esperar, votó por menos impuestos. Ello les condujo, dos años después, a graves apagones energéticos por la senzilla razón de que se privó al Estado de la capacidad financiera para invertir en infraestructuras.

Los referéndums no sólo han limitado la capacidad del estado de California para cobrar impuestos sino que también han establecido nuevas obligaciones de gasto. Los californianos quieren vivir en una utopía fiscal donde se puede limitar el alza de impuestos y al mismo tiempo expandir indefinidamente el gasto público. Por ejemplo, los ciudadanos aprobaron una moción popular para aumentar las sentencias contra los delincuentes comunes, pero impiden que se apruebe un aumento de impuestos para ampliar la infraestructura carcelaria a pesar de que en 20 años el número de personas encarceladas en prisiones del estado de California pasó de 80 mil a 170 mil. Los referéndums permiten, pues, que los ciudadanos hagan uso de su soberanía pero no facilitan que lo hagan con sabiduría.

Se dirá, sin embargo, que el sistema de referendos funciona mejor en Suiza. Y parece ser así. La razón de ello es que en el sistema suizo existen tres tipos de decisiones en los cuales la participación de los ciudadanos es diferente. En los asuntos constitucionales, los ciudadanos participan a través de iniciativas populares o a través del referéndum obligatorio en caso de cualquier reforma constitucional. En temas de importancia secundaria, que incluyen las leyes ordinarias, los ciudadanos pueden decidir si quieren intervenir mediante la iniciativa legislativa o propugnando un referéndum para revocar una ley ya aprobada. En tercer y último lugar, en asuntos de menor importancia, referentes a regulaciones y ordenanzas gubernamentales, no hay participación de los ciudadanos, que los delegan en el gobierno o el parlamento.

Este sistema es positivo como forma de control del gobierno cuándo éste ha intentado aumentar su poder, sin embargo tiene importantes defectos. Los suizos se quejan que demasiadas organizaciones tienen el poder de recolectar el numero de firmas suficiente para convocar un referéndum. Esto produce un efecto “freno” en la legislación que hace que las decisiones se tomen lentamente y que la innovación política se haya convertido en algo muy difícil. Además, los grupos mejor organizados tienen ventaja a la hora de convocar un referéndum, por lo que los intereses a largo plazo y los de los grupos más débiles no están tan representados como debieran.

En cualquier caso, en ninguna parte del mundo civilizado a nadie se le ha ocurrido convocar un referéndum de secesión unilateralmente y al margen de las leyes y del orden constitucional, como va a ocurrir en Cataluña. Los nacionalistas catalanes no quieren saber nada de constituciones, de derechos o de libertades ciudadanas, si éstos no responden a sus deseos políticos concretos. El nacionalismo catalán, autista y frívolo, sólo sueña en imponer su Estado-nación con la fuerza de la mitad más uno de los votantes. Con esa fuerza bruta escondida en el guante de seda del voto.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Escocia, Cataluña o el regreso a Westfalia

Isaiah Berlin dijo en una ocasión que él era de su tiempo y no de un lugar. Europa fue también de su tiempo y no de un lugar cuándo decidió en 1950, tras dos guerras brutales que enfrentaron a unas naciones contra otras, desbordar el modelo de estados soberanos nacido en 1648 con el Tratado de Westfalia. Un Tratado que terminó con 30 años de ‘guerra civil’ europea y dividió el continente en estados nacionales soberanos. Unos estados-nación europeos ya no basados en la religión, la etnia o la lengua sinó en la ley y que hoy nos parece que han existido siempre como tales, pero que en su gran mayoría no tienen más de 350 años.

Los hombres que decidieron ser de su tiempo y no de un lugar no fueron precisamente iluminados conspiradores románticos o utopistas revolucionarios de izquierda. Por el contrario, fue un grupo de demócratas conservadores y liberales de fuertes convicciones cristianas: Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak o Altiero Spinelli. Esos hombres, decidieron ‘desarmar’ los estados nacionales que aíslan y separan a los pueblos europeos -cuándo no los enfrentan- para ofrecerles la idea de una ciudadania compartida. Una ciudadania común que suprime fronteras, frente a la ciudadania de territorio que las levanta. Esa ciudadania común, que erróneamente se ve como una entelequia, hunde sus raíces en un sustrato común histórico, político, religioso, económico y cultural que construyó Europa desde el helenismo griego al derecho romano, desde los monasterios medievales al Ranacimiento y la Ilustración.

El proceso de integración europea, que muchas veces exaspera por su lentitud, ha avanzado mucho y muy rápido para lo que suele ser el ‘tempo histórico’. La integración económica, las políticas comunes, la moneda única, las instituciones europeas… son una realidad. Hemos hecho mucho camino, pero también es cierto que pese haber suprimido la mayor parte de las fronteras físicas interiores en la Unión Europea, las viejas fronteras nacionales mentales y jurídicas todavía persisten. Y persisten porqué la ciudadania sigue siendo en gran parte esclava de los estados nacionales, que se resisten a morir por lenta extinción.

El mundo ha cambiado drásticamente en los últimos decenios: el totalitarismo comunista se hundió con el muro de Berlín, la economia ha dejado de ser nacional para ser global, internet y las nuevas tecnolgias no sólo han hecho añicos las fronteras sinó que unen e igualan a millones de personas, la inmigración masiva circula incontenible y dramáticamente, los genocidios perpetrados dentro de fronteras soberanas ya no nos son tolerables. El orden nacido en Westfalia hace aguas por muchos lados. Pero para hacer frente a estos retos algunos proponen el repliegue a modelos del siglo XVII, sin querer entender que el problema no es tanto el encaje de Cataluña o Escocia con España o el Reino Unido, como el encaje de Europa en el mundo globalizado.

Lamentablemente, la mayoría de la clase política europea no se atreve a culminar el cambio que iniciaron los padres fundadores hace 65 años. Al igual que los ciudadanos abatidos por la crisis, estan perplejos y confusos. Tienen miedo a ese futuro que ya ha llegado sin llamar a la puerta. Prefieren, una vez más, lo malo conocido a lo bueno por conocer, alimentado con ello a todos aquellos que piensan que hay que volver a lo ‘seguro’, a la ciudadania del terruño , la etnia, la lengua o la fe, frente a la ciudadania europea. A aquéllos que quieren volver a ser un lugar antes que ser de su época. A los que quieren regresar no ya a Westfalia sino a un estado anterior en lugar de seguir construyendo Bruselas y Estrasburgo. Por suerte, los escoceses han elegido hoy ser de su época antes que de un lugar.

NIHIL OBSTAT

*Este artículo es deudor de los artículos de Guy Sorman sobre Westfalia, el estado-nación y el nacionalis

domingo, 14 de septiembre de 2014

Pilar, la Cataluña agresiva e intolerante que dices que no existe eres tú

Pilar Rahola parece estar perdiendo la inteligencia, que sin duda tiene o ha tenido. En un artículo escrito para desmentir la existencia de la ‘Catalunya agresiva e intolerante’ que Chacón denúncia, una Pilar patética e incontinente no logra hacer otra cosa que confirmarlo. En apenas 35 lineas, Pilar la acusa cuatro veces de traición, la reprocha que ‘doña Carme’ se convirtiese en Carmen, que vaya ‘vestida de Chanel y socialismo’ y, ya plenamente metida en la vida de los otros, se queja de que ‘no está claro dónde reside, porque en esta Catalunya oscura, los de su lado están en todos los micrófonos graznando con alegre desmesura’. Y remata la faena llamándola mentirosa por ‘intentar llegar a la cúpula de su partido, ensuciando, embruteciendo y mintiendo sobre su tierra’.

Y después de escribir ésta sarta de insultos y amenazas, Pilar se pregunta: ‘¿dónde está esa Catalunya agresiva e intolerante que dibuja?’ Chacón. Esa Catalunya, querida amiga, está dónde estás tú y los que actúan como tú. Afortunadamente, todavía no sois muchos, pero haceis mucho ruido utilizando a fondo la mayoría de las instituciones políticas de nuestra tierra y el archipiélago de medios de comunicación públicos y subvencionados que en ella existen. No hace falta, Pilar, que existan pogromos o limpieza étnica para poder hablar de intolerancia y agresividad. Que los síntomas sean leves no quiere decir que no existan y es un grave error negarlos, ignorarlos o simplemente mirar hacia otro lado para no verlos. La historia, lamentablemente, está llena de tragedias que comenzaron como una broma. Y tu lo sabes mejor que muchos, Pilar.

El nacionalismo autista celebró los mayores Juegos Florales de su historia

La concentración de la Diada en Barcelona demostró una vez más la fuerza del independentismo en Cataluña. Personas de todas las edades, condición, género, ideología política o ubicación territorial, unidas en el sentimiento de querer un estado propio. Sentimiento impulsado y explotado por gran parte de la clase política catalana que les ha hecho creer que sus deseos, sin más, son de obligado cumplimiento en una democracia. Igual que en el Reino Unido, que según los soberanistas catalanes ha permitido, en un alarde de generosidad política, satisfacer el deseo escocés de celebrar un referéndum de independencia.

Sin embargo, la verdad es otra. Si el Reino Unido ha aceptado la celebración de un referéndum no es porqué Cameron sea más demócrata que Rajoy sinó porqué los escoceses han aceptado las reglas del juego establecidas por las leyes del Reino Unido y el Estatuto de Escocia. Los escoceses no han actuado unilateralmente, como lo ha hecho aquí la Generalitat y el Parlament, sinó respetando la legalidad democrática vigente en su país.

Los escoceses aceptaron, como no podía ser de otra manera, que sólo se podría realizar el referéndum si así lo aprobaba el Parlamento británico, tal y cómo establecen las leyes del Reino Unido. Y el Parlamento británico impuso que el referéndum escocés no podía ser unilateral y que debía ajustarse a determinadas condiciones: que hubiera una única pregunta y que fuera clara sobre si se aceptaba o no la independencia de Escocia.

Es decir, que Escocia puede celebrar su referéndum no por la gracia de Dios o por su cara bonita sinó porqué han respetado las leyes del Reino Unido. Es cierto que en la ‘pérfida Albión’, al no existir una Constitución escrita por encima de la leyes, el proceso político puede ser más fàcil que en la Constitución napoleónica española, pero ello no exime de actuar dentro de la legalidad. Será más o menos difícil, pero la reforma de la Constitución española está perfectamente establecida.

Sin embargo, el nacionalismo catalán siempre ha obviado la legalidad constitucional, es decir, la legalidad democrática, a la hora de impulsar su proyecto soberanista. Lo intentó, y en parte logró, con la reforma del Estatuto que encabezó Pascual Maragal y el Tripartito, y lo está haciendo ahora con la convocatoria de la consulta el 9N. Tanto es así, que impulsores de la independencia escocesa se han distanciado explícitament del caso catalán por su actuación unilateral. De la misma manera que lo ha hecho el PNV, que parece haber asumido el error del plan Ibarretxe.

El nacionalismo catalán, que es de un singular egocentrismo casi autista, no ha querido entablar un diálogo político sincero con el Estado dentro de la legalidad democrática de la que fueron corresponsables en 1978. No lo hizo cuando Pujol se enrrocó en la política de ‘peix al cove’ -que por lo visto era más bien de ‘peix al seu cove’- y no lo ha hecho ahora en el postpujolismo. Por el contrario, ha optado por el patetismo y la exaltación, por decirlo en palabras de Albert Camus. Puro teatro. El nacionalismo catalán tiene pocas raíces racionales y muchas de sentimentales. Es fruto, principalmente, del romanticismo del siglo XIX, pero nunca ha generado, afortunadamente, grandes revolucionarios aunque si muchos iluminados. El nacionalismo catalán es más bien un nacionalismo de ‘estar por casa’. Un nacionalismo de Jocs Florals, cuya última edición la tuvimos a lo grande el pasado jueves en Barcelona.