La concentración de la Diada en Barcelona demostró una vez más la fuerza del independentismo en Cataluña. Personas de todas las edades, condición, género, ideología política o ubicación territorial, unidas en el sentimiento de querer un estado propio. Sentimiento impulsado y explotado por gran parte de la clase política catalana que les ha hecho creer que sus deseos, sin más, son de obligado cumplimiento en una democracia. Igual que en el Reino Unido, que según los soberanistas catalanes ha permitido, en un alarde de generosidad política, satisfacer el deseo escocés de celebrar un referéndum de independencia.
Sin embargo, la verdad es otra. Si el Reino Unido ha aceptado la celebración de un referéndum no es porqué Cameron sea más demócrata que Rajoy sinó porqué los escoceses han aceptado las reglas del juego establecidas por las leyes del Reino Unido y el Estatuto de Escocia. Los escoceses no han actuado unilateralmente, como lo ha hecho aquí la Generalitat y el Parlament, sinó respetando la legalidad democrática vigente en su país.
Los escoceses aceptaron, como no podía ser de otra manera, que sólo se podría realizar el referéndum si así lo aprobaba el Parlamento británico, tal y cómo establecen las leyes del Reino Unido. Y el Parlamento británico impuso que el referéndum escocés no podía ser unilateral y que debía ajustarse a determinadas condiciones: que hubiera una única pregunta y que fuera clara sobre si se aceptaba o no la independencia de Escocia.
Es decir, que Escocia puede celebrar su referéndum no por la gracia de Dios o por su cara bonita sinó porqué han respetado las leyes del Reino Unido. Es cierto que en la ‘pérfida Albión’, al no existir una Constitución escrita por encima de la leyes, el proceso político puede ser más fàcil que en la Constitución napoleónica española, pero ello no exime de actuar dentro de la legalidad. Será más o menos difícil, pero la reforma de la Constitución española está perfectamente establecida.
Sin embargo, el nacionalismo catalán siempre ha obviado la legalidad constitucional, es decir, la legalidad democrática, a la hora de impulsar su proyecto soberanista. Lo intentó, y en parte logró, con la reforma del Estatuto que encabezó Pascual Maragal y el Tripartito, y lo está haciendo ahora con la convocatoria de la consulta el 9N. Tanto es así, que impulsores de la independencia escocesa se han distanciado explícitament del caso catalán por su actuación unilateral. De la misma manera que lo ha hecho el PNV, que parece haber asumido el error del plan Ibarretxe.
El nacionalismo catalán, que es de un singular egocentrismo casi autista, no ha querido entablar un diálogo político sincero con el Estado dentro de la legalidad democrática de la que fueron corresponsables en 1978. No lo hizo cuando Pujol se enrrocó en la política de ‘peix al cove’ -que por lo visto era más bien de ‘peix al seu cove’- y no lo ha hecho ahora en el postpujolismo. Por el contrario, ha optado por el patetismo y la exaltación, por decirlo en palabras de Albert Camus. Puro teatro. El nacionalismo catalán tiene pocas raíces racionales y muchas de sentimentales. Es fruto, principalmente, del romanticismo del siglo XIX, pero nunca ha generado, afortunadamente, grandes revolucionarios aunque si muchos iluminados. El nacionalismo catalán es más bien un nacionalismo de ‘estar por casa’. Un nacionalismo de Jocs Florals, cuya última edición la tuvimos a lo grande el pasado jueves en Barcelona.
Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst
Después de 13 años de escribir en este blog prácticamente sin interrupción, hoy lo doy por clausurado. Esto no quiere decir que me haya jubilado de la red, sino que he pasado el relevo a otro blog que sigue la misma línea de Nihil Obstat. Se trata del blog The Catalán Analyst y de la cuenta de Twitter del mismo nombre: @CatalanAnalyst . Os los recomiendo.
Muchas gracias a todos por haberme seguido con tanta fidelidad durante todos estos años.