La liberación de más de mil presos palestinos a cambio de la libertad del soldado israelí Guilad Shalit es una gran victoria para Hamás. Este era el precio que los verdugos palestinos habían puesto en la vida de este muchacho, secuestrado hace más de cinco años, y se la han cobrado.
¿Había pagar este precio? ¿Había negociar con extorquidors terroristas? La respuesta teórica sería: no; pero Netanyahu difícilmente tenía otra opción. La tradición judía del Pidión Shvuyim (el rescate o redención de cautivos) no dejaba a un gobernante demócrata otra salida. El consuelo? ¿Qué la vida de un judío equivale a la de mil palestinos, según han valorado los mismos musulmanes.
La victoria, pues, es para Hamás. Un Hamás que se impone así a la Autoridad Palestina de Mahmud Abbás, demostrando que Gaza es el auténtico estado palestino. Hamás ha demostrado que ejerce efectivamente su soberanía sobre una parte del territorio nacional palestino y que tiene la fuerza suficiente no sólo para atacar territorio israelí sino también para impedir la liberación del rehén, forzando a Israel a negociar y pagar.
Pero aún hay una última pregunta: ¿Por qué ahora? Por un lado, porque era el mejor momento para que Hamás pasara la mano por la cara a la Autoridad Palestina, muy recuperada tras el éxito mediático y popular de la demanda de reconocimiento del estado palestino ante las Naciones Unidas. Del otro, el covencimiento por parte de Israel de que esta jugada de Abbás es el fin definitivo de las negociaciones de paz. Algunos apuntan también a una inminente intervención militar contra Irán, pero eso ya seria harina de otro costal.
