Álvaro Vargas Llosa
Obama cree que la puede lograr [la hegemonía política de los demócratas]. Su cálculo se apoya en dos datos clave. Uno es el crecimiento de grupos inmigrantes enemistados con los republicanos, como los hispanos y los asiáticos, que se suman en dicho rechazo a los afroamericanos (éstos nunca perdonaron que líderes importantes del partido que liberó a sus ancestros se opusieran a los derechos civiles en los 60). El otro dato es la renovación generacional en las urnas, que está inclinando la balanza hacia el liberalismo moral. Coincidiendo con las últimas elecciones vimos, por ejemplo, una serie de consultas populares que arrojaron resultados otrora impensables. Tres estados legalizaron mediante el voto popular el matrimonio gay, dos legalizaron la marihuana y en uno se votó en contra de prohibir el uso de fondos federales para que las empleadas públicas puedan abortar. Por último, en sondeos a pie de urna una mayoría de votantes en el país dijo estar a favor de legalizar a los inmigrantes indocumentados.
La oposición inflexible de los republicanos en todas estas cuestiones ha significado para Obama una gran oportunidad: le ha permitido descalificar al conjunto del Tea Party, base radical del Partido Republicano que tiene la llave de la elección de muchos congresistas conservadores, a pesar de que en varias cuestiones relacionadas con la economía (por ejemplo, el déficit y la deuda) tiene bastante razón. El presidente aspira a acorralar al Partido Republicano en un gueto social del que podría tardar décadas en salir.