La idea de crear el Estado de Israel fue fruto del nacionalismo, que era la ideología política que hacía furor en Europa en el siglo XIX. Un nacionalismo que prentendía garantizar, a través de la creación de un Estado-nación, la seguridad de la que tanto carecía el pueblo judío. Las expulsiones, las persecuciones, los pogromos pesaban en la conciencia moral de la humanidad, pero fue el Holocausto nazi el que decantó la balanza a favor de dar una patria a los judíos. Tanto influyó el Holocausto en esta decisión de la comunidad internacional que algunos imbéciles llegaron a decir que todo había sido un complot de los mismos judíos con Hitler para conseguir su Estado.
El Estado de Israel se asentó en una parte del territorio histórico en el que se había desarrollado la civilización judía antes de su diáspora. Sin embargo, el entronque con su historia milenaria, real e imaginaria, no puede ocultar el hecho de que el moderno estado de Israel es una creación política impuesta por la mayoría de los estados miembros de las Naciones Unidas. Una creación necesaria y moralmente justa, sí, pero también una obra artificial de ingeniería social y política que de la misma manera que se creó puede desaparecer, por lo menos a ojos de los árabes residentes, vecinos o desplazados. Pero también a ojos de los judíos nacionalistas, que aceptaron tácticamente los límites artificiales de la partición pero sin renunciar a ocupar en su día el Eretz Israel, la Tierra Prometida o patria 'natural' del Israel bíblico.
La gran paradoja del Estado de Israel es que se construyó para obtener una seguridad que no ha logrado. Esto es un hecho, como también lo es que gracias a ese estado los judíos israelitas han logrado vivir decentemente, resistir y mantener a ralla a sus enemigos. Unos enemigos que no aceptan su existencia y que tienen como objetivo final su desaparición. Ese fue el objetivo inicial de la OLP y de su líder indiscutido e induscutible Yásser Arafat. Un objetivo al que aparentemente renunció cuando el fin de la guerra fría le dejó sin el apoyo político, y sobre todo financiero, de la Unión Soviética. Un apoyo que le había permitido a él y a la dirección palestina un exilio peligroso pero dorado, lejos del pueblo palestino. Un pueblo en el que comenzó a enraizarse el islamismo, potenciado por la llegada al poder en Irán del ayatolá Jomeini.
Arafat, que veía desvanecerse su autoridad a favor de Hamas y los islamistas, fiel a su biografia y a su alma antisionista y sobre todo a su obsesión por mantener el apoyo de todas las facciones palestinas en torno a su figura rechazó el acuerdo que habría permitido la creación de un Estado palestino en el 95% de los territorios ocupados por Israel. No sólo lo rechazó sino que alentó la violenta segunda Intifada. Eso le sirvió para mantenerse en el poder hasta su muerte, en circunstancias aún no totalmente clarificadas. A partir de entonces, el ascenso de Hamás, que rechaza los acuerdos de paz con Israel (aún que a veces los acepte por conveniencia) ha diluido el sueño de la paz y a vuelto a poner sobre la mesa el objetivo de la desaparición del Estado de Israel.
Hamás y los islamistas se hicieron con el control de la Franja de Gaza, evacuada por Ariel Sharon, no tanto para construir un estado palestino como para tener una base desde dónde atacar a Israel. Y lo ha hecho continua y reiteradamente. Al principio, con cohetes artesanales; posteriormente, con misiles de mayor alcanze y potencia subministrados por Iran y Hezbollah. Hamas oculta las lanzaderas de sus 10.000 misiles en zonas urbanas densamente pobladas, utilizando a la población civil como escudos humanos. No respeta nada, ni casas familiares, escuelas, hospitales o mezquitas para ocultar sus armas. Por eso es inevitable la existencia de bajas civiles cuando Israel decide responder a los ataques palestinos para destruir política y militarmente los arsenales, lanzaderas y cuarteles generales de sus enemigos.
Israel se defiende pero también aprovecha la inseguridad para consolidar su ocupación, más allá de lo establecido en la partición de 1947 o de la línea verde del armisticio de 1949. Una ocupación que se inició en 1967 con la guerra de los seis días, pero que los ataques y atentados palestinos paradójicamente justifican. El problema de Israel es el problema de la seguridad. Sin entender eso, no se puede entender nada. La búsqueda de la seguridad está inscrita en los genes del pueblo judío. Sólo a cambio de una seguridad creíble, Israel aceptará un Estado palestino y se pondrá freno a los nacionalistas judíos partidarios del Gran Israel.
Pero el camino de la historia no parece ir, de momento, en esa dirección. Los palestinos parecen empeñados en su suicidio colectivo azuzados por una élite dirigente corrupta, fanática y totalitaria. Perdieron la oportunidad de la paz y perdieron también la oportunidad de construir un estado decente. Los palestinos siguen, pues, dónde siempre. En esa posición, como dijo Abba Eban, de no perder nunca la oportunidad de perder una oportunidad.
Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst
Después de 13 años de escribir en este blog prácticamente sin interrupción, hoy lo doy por clausurado. Esto no quiere decir que me haya jubilado de la red, sino que he pasado el relevo a otro blog que sigue la misma línea de Nihil Obstat. Se trata del blog The Catalán Analyst y de la cuenta de Twitter del mismo nombre: @CatalanAnalyst . Os los recomiendo.
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