¿Son tan dispares Pablito Iglesias y Sílvio Berlusconi? Aparentemente, sí. Uno dice que es de izquierdas y el otro de derechas. Afirmaciones ambas que pueden decir mucho, pero también no decir nada. Si nos atenemos a los hechos y no a las declaraciones de fe, lo más relevante de ambos casos es que los dos son un producto mediático. Sin la tele no serian, o no hubieran sido, nada. Uno, utiliza los medios que le han abierto sus puertas por su gancho mediático; el otro, utilizó los medios de comunicación de que disponia como empresario para utilizarlos cuando se transmutó en político.
Pero no acaban aquí las similitudes. Cualquiera que haya seguido un poco de cerca la época Berlusconi observará que los dos, o sus secuaces, utilizan la misma técnica en los debates televisados o radiofónicos: siempre responden a las preguntas atancado al adversario, excepto cuando se trata de discos solicitados. Es decir, nunca responden a la pregunta que se les formula, que sustituyen por otra pregunta o por una acusación contra el oponente. En el caso de Berlusconi eso era así porqué no tenía casi nada que decir, ya que su programa político se resumía en eludir a la Justícia y modificar la lesgilación para permanecer impune. En el caso de Iglesias, no responde porqué lo que tiene que decir le delataría como el nuevo palanganero de modelos sociales, económicos y políticos fracasados en todo el mundo.
Iglesias y Berlusconi son las dos caras de la misma moneda. Programas indefendibles camuflados en el glamour mediático. Berlusconi, sin embargo, sólo pretendía salvarse él y no salvar a Italia ni al mundo de nada. Moralmente reprobable, pero políticamente sin consecuencias trágicas para los demás. Iglesias, por el contrario, quiere salvarnos a todos (y a todas) incluso de nosotros mismos. Lo dijo un dia en la tele cuando aún ejercía de profesor y no de líder político: 'la guillotina es la madre de la democracia'. No es nada personal, és simplemente la dialéctica de la historia.
Si Pablo Iglesias llega a ser el Berlusconi español, Sílvio nos parecerá una hermanita de la caridad.
Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst
Después de 13 años de escribir en este blog prácticamente sin interrupción, hoy lo doy por clausurado. Esto no quiere decir que me haya jubilado de la red, sino que he pasado el relevo a otro blog que sigue la misma línea de Nihil Obstat. Se trata del blog The Catalán Analyst y de la cuenta de Twitter del mismo nombre: @CatalanAnalyst . Os los recomiendo.
Muchas gracias a todos por haberme seguido con tanta fidelidad durante todos estos años.
miércoles, 23 de julio de 2014
lunes, 21 de julio de 2014
La muerte deliberada de niños palestinos
En los primeros onze días de guerra en Gaza murieron, según cifras de UNICEF, 340 palestinos, de los cuales 73 eran menores de edad. Más de un 21% del total de víctimas. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo se puede producir una cifra tan elevada de niños muertos? Una de dos, o Israel provoca esas muertes deliberadamente en sus ataques o las autoridades palestinas de Gaza no cumplen eficazmente con su obligación de proteger a la población civil, especialmente a mujeres y niños.
¿Mata Israel deliberadamente a los niños palestinos? Si eso fuese así se trataria de un genocidio moralmente abominable y estratégicamente estúpido. Es cierto que Israel hace décadas que perdió la guerra mediática, pero no por ello puede pasar de todo y arriesgarse a perder también el apoyo de sus aliados cometiendo acciones inasumibles para nadie. Israel no necesita matar niños para defenderse. Hacerlo, dinamitaría los valores morales en los que dice sustentarse, perdería el apoyo político, económico y militar de EEUU y quedaría a merced de sus enemigos reducido a un estado paria.
Entonces, ¿por qué mueren tantos niños? ¿por qué hay tantos niños en zones de combate? ¿por qué no estan en refugios o en zonas seguras? ¿por que nadie organiza su protección efectiva? ¿que hace la ONUy las infinitas ONG de todo el mundo que tienen franquícia en Gaza? Pero sobre todo ¿que hace el gobierno de Hamas? ¿qué hace un gobierno que sabe perfectamente cuales son los objetivos militares de Israel y no evacua a su población a zonas protegidas?
A la vista de los hechos, la única respuesta lógica es que, en el mejor de los casos, Hamas no hace nada, ya sea por incompetencia o insensibilidad, y, en el peor, que no quiera evitar las muertes por cálculo político. Hamas cree que cada niño palestino muerto es la mejor publicidad de su causa. Al igual que otros grupos terroristas, Hamas sabe que no puede obtener una victoria militar contra un enemigo tan poderoso como Israel, pero sí que puede ganar la batalla de las relaciones públicas, fomentando la ilusión de que Israel es el agresor y los palestinos sus víctimas. Y cada día esa ilusión se manifiesta más poderosa que los hechos en las pantallas de televisión de todo el mundo.
Pero, como dice Max Boot, ¿qué son los hechos ante el poder de una imagen?
¿Mata Israel deliberadamente a los niños palestinos? Si eso fuese así se trataria de un genocidio moralmente abominable y estratégicamente estúpido. Es cierto que Israel hace décadas que perdió la guerra mediática, pero no por ello puede pasar de todo y arriesgarse a perder también el apoyo de sus aliados cometiendo acciones inasumibles para nadie. Israel no necesita matar niños para defenderse. Hacerlo, dinamitaría los valores morales en los que dice sustentarse, perdería el apoyo político, económico y militar de EEUU y quedaría a merced de sus enemigos reducido a un estado paria.
Entonces, ¿por qué mueren tantos niños? ¿por qué hay tantos niños en zones de combate? ¿por qué no estan en refugios o en zonas seguras? ¿por que nadie organiza su protección efectiva? ¿que hace la ONUy las infinitas ONG de todo el mundo que tienen franquícia en Gaza? Pero sobre todo ¿que hace el gobierno de Hamas? ¿qué hace un gobierno que sabe perfectamente cuales son los objetivos militares de Israel y no evacua a su población a zonas protegidas?
A la vista de los hechos, la única respuesta lógica es que, en el mejor de los casos, Hamas no hace nada, ya sea por incompetencia o insensibilidad, y, en el peor, que no quiera evitar las muertes por cálculo político. Hamas cree que cada niño palestino muerto es la mejor publicidad de su causa. Al igual que otros grupos terroristas, Hamas sabe que no puede obtener una victoria militar contra un enemigo tan poderoso como Israel, pero sí que puede ganar la batalla de las relaciones públicas, fomentando la ilusión de que Israel es el agresor y los palestinos sus víctimas. Y cada día esa ilusión se manifiesta más poderosa que los hechos en las pantallas de televisión de todo el mundo.
Pero, como dice Max Boot, ¿qué son los hechos ante el poder de una imagen?
lunes, 14 de julio de 2014
Seguridad, nacionalismo judío e incompetencia palestina
La idea de crear el Estado de Israel fue fruto del nacionalismo, que era la ideología política que hacía furor en Europa en el siglo XIX. Un nacionalismo que prentendía garantizar, a través de la creación de un Estado-nación, la seguridad de la que tanto carecía el pueblo judío. Las expulsiones, las persecuciones, los pogromos pesaban en la conciencia moral de la humanidad, pero fue el Holocausto nazi el que decantó la balanza a favor de dar una patria a los judíos. Tanto influyó el Holocausto en esta decisión de la comunidad internacional que algunos imbéciles llegaron a decir que todo había sido un complot de los mismos judíos con Hitler para conseguir su Estado.
El Estado de Israel se asentó en una parte del territorio histórico en el que se había desarrollado la civilización judía antes de su diáspora. Sin embargo, el entronque con su historia milenaria, real e imaginaria, no puede ocultar el hecho de que el moderno estado de Israel es una creación política impuesta por la mayoría de los estados miembros de las Naciones Unidas. Una creación necesaria y moralmente justa, sí, pero también una obra artificial de ingeniería social y política que de la misma manera que se creó puede desaparecer, por lo menos a ojos de los árabes residentes, vecinos o desplazados. Pero también a ojos de los judíos nacionalistas, que aceptaron tácticamente los límites artificiales de la partición pero sin renunciar a ocupar en su día el Eretz Israel, la Tierra Prometida o patria 'natural' del Israel bíblico.
La gran paradoja del Estado de Israel es que se construyó para obtener una seguridad que no ha logrado. Esto es un hecho, como también lo es que gracias a ese estado los judíos israelitas han logrado vivir decentemente, resistir y mantener a ralla a sus enemigos. Unos enemigos que no aceptan su existencia y que tienen como objetivo final su desaparición. Ese fue el objetivo inicial de la OLP y de su líder indiscutido e induscutible Yásser Arafat. Un objetivo al que aparentemente renunció cuando el fin de la guerra fría le dejó sin el apoyo político, y sobre todo financiero, de la Unión Soviética. Un apoyo que le había permitido a él y a la dirección palestina un exilio peligroso pero dorado, lejos del pueblo palestino. Un pueblo en el que comenzó a enraizarse el islamismo, potenciado por la llegada al poder en Irán del ayatolá Jomeini.
Arafat, que veía desvanecerse su autoridad a favor de Hamas y los islamistas, fiel a su biografia y a su alma antisionista y sobre todo a su obsesión por mantener el apoyo de todas las facciones palestinas en torno a su figura rechazó el acuerdo que habría permitido la creación de un Estado palestino en el 95% de los territorios ocupados por Israel. No sólo lo rechazó sino que alentó la violenta segunda Intifada. Eso le sirvió para mantenerse en el poder hasta su muerte, en circunstancias aún no totalmente clarificadas. A partir de entonces, el ascenso de Hamás, que rechaza los acuerdos de paz con Israel (aún que a veces los acepte por conveniencia) ha diluido el sueño de la paz y a vuelto a poner sobre la mesa el objetivo de la desaparición del Estado de Israel.
Hamás y los islamistas se hicieron con el control de la Franja de Gaza, evacuada por Ariel Sharon, no tanto para construir un estado palestino como para tener una base desde dónde atacar a Israel. Y lo ha hecho continua y reiteradamente. Al principio, con cohetes artesanales; posteriormente, con misiles de mayor alcanze y potencia subministrados por Iran y Hezbollah. Hamas oculta las lanzaderas de sus 10.000 misiles en zonas urbanas densamente pobladas, utilizando a la población civil como escudos humanos. No respeta nada, ni casas familiares, escuelas, hospitales o mezquitas para ocultar sus armas. Por eso es inevitable la existencia de bajas civiles cuando Israel decide responder a los ataques palestinos para destruir política y militarmente los arsenales, lanzaderas y cuarteles generales de sus enemigos.
Israel se defiende pero también aprovecha la inseguridad para consolidar su ocupación, más allá de lo establecido en la partición de 1947 o de la línea verde del armisticio de 1949. Una ocupación que se inició en 1967 con la guerra de los seis días, pero que los ataques y atentados palestinos paradójicamente justifican. El problema de Israel es el problema de la seguridad. Sin entender eso, no se puede entender nada. La búsqueda de la seguridad está inscrita en los genes del pueblo judío. Sólo a cambio de una seguridad creíble, Israel aceptará un Estado palestino y se pondrá freno a los nacionalistas judíos partidarios del Gran Israel.
Pero el camino de la historia no parece ir, de momento, en esa dirección. Los palestinos parecen empeñados en su suicidio colectivo azuzados por una élite dirigente corrupta, fanática y totalitaria. Perdieron la oportunidad de la paz y perdieron también la oportunidad de construir un estado decente. Los palestinos siguen, pues, dónde siempre. En esa posición, como dijo Abba Eban, de no perder nunca la oportunidad de perder una oportunidad.
El Estado de Israel se asentó en una parte del territorio histórico en el que se había desarrollado la civilización judía antes de su diáspora. Sin embargo, el entronque con su historia milenaria, real e imaginaria, no puede ocultar el hecho de que el moderno estado de Israel es una creación política impuesta por la mayoría de los estados miembros de las Naciones Unidas. Una creación necesaria y moralmente justa, sí, pero también una obra artificial de ingeniería social y política que de la misma manera que se creó puede desaparecer, por lo menos a ojos de los árabes residentes, vecinos o desplazados. Pero también a ojos de los judíos nacionalistas, que aceptaron tácticamente los límites artificiales de la partición pero sin renunciar a ocupar en su día el Eretz Israel, la Tierra Prometida o patria 'natural' del Israel bíblico.
La gran paradoja del Estado de Israel es que se construyó para obtener una seguridad que no ha logrado. Esto es un hecho, como también lo es que gracias a ese estado los judíos israelitas han logrado vivir decentemente, resistir y mantener a ralla a sus enemigos. Unos enemigos que no aceptan su existencia y que tienen como objetivo final su desaparición. Ese fue el objetivo inicial de la OLP y de su líder indiscutido e induscutible Yásser Arafat. Un objetivo al que aparentemente renunció cuando el fin de la guerra fría le dejó sin el apoyo político, y sobre todo financiero, de la Unión Soviética. Un apoyo que le había permitido a él y a la dirección palestina un exilio peligroso pero dorado, lejos del pueblo palestino. Un pueblo en el que comenzó a enraizarse el islamismo, potenciado por la llegada al poder en Irán del ayatolá Jomeini.
Arafat, que veía desvanecerse su autoridad a favor de Hamas y los islamistas, fiel a su biografia y a su alma antisionista y sobre todo a su obsesión por mantener el apoyo de todas las facciones palestinas en torno a su figura rechazó el acuerdo que habría permitido la creación de un Estado palestino en el 95% de los territorios ocupados por Israel. No sólo lo rechazó sino que alentó la violenta segunda Intifada. Eso le sirvió para mantenerse en el poder hasta su muerte, en circunstancias aún no totalmente clarificadas. A partir de entonces, el ascenso de Hamás, que rechaza los acuerdos de paz con Israel (aún que a veces los acepte por conveniencia) ha diluido el sueño de la paz y a vuelto a poner sobre la mesa el objetivo de la desaparición del Estado de Israel.
Hamás y los islamistas se hicieron con el control de la Franja de Gaza, evacuada por Ariel Sharon, no tanto para construir un estado palestino como para tener una base desde dónde atacar a Israel. Y lo ha hecho continua y reiteradamente. Al principio, con cohetes artesanales; posteriormente, con misiles de mayor alcanze y potencia subministrados por Iran y Hezbollah. Hamas oculta las lanzaderas de sus 10.000 misiles en zonas urbanas densamente pobladas, utilizando a la población civil como escudos humanos. No respeta nada, ni casas familiares, escuelas, hospitales o mezquitas para ocultar sus armas. Por eso es inevitable la existencia de bajas civiles cuando Israel decide responder a los ataques palestinos para destruir política y militarmente los arsenales, lanzaderas y cuarteles generales de sus enemigos.
Israel se defiende pero también aprovecha la inseguridad para consolidar su ocupación, más allá de lo establecido en la partición de 1947 o de la línea verde del armisticio de 1949. Una ocupación que se inició en 1967 con la guerra de los seis días, pero que los ataques y atentados palestinos paradójicamente justifican. El problema de Israel es el problema de la seguridad. Sin entender eso, no se puede entender nada. La búsqueda de la seguridad está inscrita en los genes del pueblo judío. Sólo a cambio de una seguridad creíble, Israel aceptará un Estado palestino y se pondrá freno a los nacionalistas judíos partidarios del Gran Israel.
Pero el camino de la historia no parece ir, de momento, en esa dirección. Los palestinos parecen empeñados en su suicidio colectivo azuzados por una élite dirigente corrupta, fanática y totalitaria. Perdieron la oportunidad de la paz y perdieron también la oportunidad de construir un estado decente. Los palestinos siguen, pues, dónde siempre. En esa posición, como dijo Abba Eban, de no perder nunca la oportunidad de perder una oportunidad.
jueves, 10 de julio de 2014
El voto no es la democracia
El derecho de voto forma parte indisoluble de la democracia pero no es la democracia misma. En Cataluña, sin embargo, desde el poder político se ha insuflado la idea contraria: si España no permite que se celebre la consulta que diversos partidos han pactado entre ellos es que no hay democracia. No importa que haya elecciones periódicas para elegir el gobierno, para votar a Podemos o a Falange Española. Lo único que importa, o más exactamente, lo único que les importa, es que se celebre un referéndum concreto que han convertido en piedra de toque de lo que es y lo que no es democrático. Han erigido un nuevo mantra: el voto, y sólo el voto, es la democracia y la democracia es, y sólo es, el voto. Tanto monta, monta tanto. Sin consulta no hay democracia.
El argumento no es sólo infantil sino falso. El voto no es otra cosa que el instrumento para imponer la voluntad de la mayoría. Esa voluntad, sin embargo, está limitada por los derechos de las personas y por las leyes y procedimientos del estado de derecho. Dicho en plata: la democracia limita el poder del voto. Si no fuese así, y en contra de lo que reivindican los hinchas del derecho a decidir, se tendría que permitir y acatar cualquier decisión del gobierno de la mayoría, se tendría que permitir y acatar el resultado de los referéndums que los distintos grupos sociales quisiesen proponer: ya sea la legalización de la pedofília, la expulsión de los inmigrantes, el recorte de derechos a grupos étnicos o raciales, la restauración de la pena de muerte o la imposición de un nuevo estado por parte de una minoría sobre otra.
La mayoría de esos referendos no son posibles porqué atentan contra los derechos inviolables de las persones o porqué vulneran las garantías que tienen todos los ciudadanos de un Estado a que los conflictos se resuelvan por los mecanismos pactados conjunta y democráticamente en el momento constituyente. Esos mecanismos permiten que una mayoría simple otorgue el poder a un partido o grupo de partidos que hayan concurrido a las elecciones con un programa centrado, por ejemplo, en la independencia. Pero no permiten imponerla por decreto ni a España ni a todos los catalanes. Esos mecanismos establecen un procedimiento para la reforma constitucional basado en una mayoría cualificada que los que quieren cambios deben conseguir. Y mientras no consigan convencer a la mayoría tendrán que esperar. Y cuando lo consigan, tampoco podrán aplicarlo automáticamente. Deberán aún consultarlo previamente a los ciudadanos para que lo acepten o lo rechacen. Así, y sólo así, los ciudadanos tienen realmente la última palabra. Hacerlo al revés, como es su intención el 9-N, no sólo es ilegal sino que es una burda utilización del ciudadano para que de carta blanca a los políticos para que hagan el estado federal, confederal o independiente que les de la gana.
El voto no es la democracia. La democracia, chavales, es muchísimo más que el voto.
El argumento no es sólo infantil sino falso. El voto no es otra cosa que el instrumento para imponer la voluntad de la mayoría. Esa voluntad, sin embargo, está limitada por los derechos de las personas y por las leyes y procedimientos del estado de derecho. Dicho en plata: la democracia limita el poder del voto. Si no fuese así, y en contra de lo que reivindican los hinchas del derecho a decidir, se tendría que permitir y acatar cualquier decisión del gobierno de la mayoría, se tendría que permitir y acatar el resultado de los referéndums que los distintos grupos sociales quisiesen proponer: ya sea la legalización de la pedofília, la expulsión de los inmigrantes, el recorte de derechos a grupos étnicos o raciales, la restauración de la pena de muerte o la imposición de un nuevo estado por parte de una minoría sobre otra.
La mayoría de esos referendos no son posibles porqué atentan contra los derechos inviolables de las persones o porqué vulneran las garantías que tienen todos los ciudadanos de un Estado a que los conflictos se resuelvan por los mecanismos pactados conjunta y democráticamente en el momento constituyente. Esos mecanismos permiten que una mayoría simple otorgue el poder a un partido o grupo de partidos que hayan concurrido a las elecciones con un programa centrado, por ejemplo, en la independencia. Pero no permiten imponerla por decreto ni a España ni a todos los catalanes. Esos mecanismos establecen un procedimiento para la reforma constitucional basado en una mayoría cualificada que los que quieren cambios deben conseguir. Y mientras no consigan convencer a la mayoría tendrán que esperar. Y cuando lo consigan, tampoco podrán aplicarlo automáticamente. Deberán aún consultarlo previamente a los ciudadanos para que lo acepten o lo rechacen. Así, y sólo así, los ciudadanos tienen realmente la última palabra. Hacerlo al revés, como es su intención el 9-N, no sólo es ilegal sino que es una burda utilización del ciudadano para que de carta blanca a los políticos para que hagan el estado federal, confederal o independiente que les de la gana.
El voto no es la democracia. La democracia, chavales, es muchísimo más que el voto.
miércoles, 2 de julio de 2014
Lo peor de las crisis suelen ser sus salvadores
La historia, y en especial la del siglo XX, está repleta de salvadores. Una especie que se creía en vías de extinción pero que la crisis ha resucitado. ¿Cómo identificar a los nuevos salvadores? No es difícil. Aunque se presentan como algo nuevo, repiten como el ajo.
Los salvadores suelen ser personas creyentes, hombres y mujeres de fe. De fe religiosa como los yihadistas o de fe ideológica como los chicos de Podemos. Suelen ser los hijos ociosos, a veces brillantes, de las clases medias con tiempo para invertir en la revolución de turno. Se presentan como los más firmes y sinceros defensores de los pobres, del pueblo, y la mayoría de las veces acaban por creérselo. Están convencidos de su superioridad moral, de la superioridad moral e intelectual de sus ideas. Unas ideas fruto de la revelación de un paraíso perdido o del conocimiento presuntamente científico de los mecanismos de evolución y desarrollo de la sociedad.
Los salvadores son personajes románticos que se sienten investidos de un saber, mitológico o racional, que les impulsa por el camino de la historia hacia los modelos sociales que han de prevalecer. Modelos de vida personal y colectiva que ellos encarnan, sin lugar a dudas. Saben el futuro y por eso el futuro les pertenece. Un futuro inevitable que, sin embargo, conviene forzar para que llegue cuanto antes y no se haga el remolón.
Hace cincuenta años, los salvadores parían ese futuro esplendoroso con la ayuda de las armas, con la violencia. Pero, oiga, no con cualquier violencia, no, sino con la única violencia para ellos legítima: la violencia revolucionaria. La violencia de los pobres, la violencia de los desheredados, la violencia del pueblo y no la carnicería de los fachas y los reaccionarios. Y así siguen en la mayor parte del planeta, especialmente en el mundo árabe y musulmán. Aquí, por el momento, parece que han aparcado la lucha armada (algo es algo), pero eso no significa ni mucho menos que hayan renunciado a la fuerza. Su vía no es otra que la que en su día fue la vía chilena al socialismo o, más recientemente, la vía bolivariana a no se sabe dónde.
Nuestros salvadores domésticos se llenan la boca denunciando el secuestro de la democracia por las élites, por la 'casta', como dicen ellos tan castizos. Sin embargo, su amor por la democracia es puramente instrumental. Sólo la conciben como medio para obtener el poder y desde allí, con todos los instrumentos coercitivos del Estado, imponer su modelo económico, social y político a todo bicho viviente. Quieren el poder y sin cortapisas, aunque lo disimulen bajo una apariencia hiperdemocrática. Presumen de lo que carecen.
No son ignorantes. Saben perfectamente que las democracias constitucionales nacieron no sólo para elegir al gobierno sino sobre todo para limitar su poder. Limitar el poder del rey, sí, pero también para limitar el poder del pueblo. Para limitar tanto el poder personal como el poder de la mayoría. Por primera vez en la historia de la humanidad se establecieron límites estrictos al poder político. Se proclamó que nadie puede imponer desde el gobierno su religión o su utopía a los demás, que los derechos fundamentales de las persones no pueden ser violados y que la minoría debe ser respetada.
Probablemente, las democracias constitucionales se hayan oxidado, chirríen sus goznes y hayan llegado a ser muchas veces para el ciudadano un auténtico dolor de cabeza. Un dolor de cabeza que puede tratarse con una aspirina pero que los salvadores de la humanidad se apresuran a curar con la guillotina. Esa pasión por la exaltación y la desmesura delata la pulsión totalitaria de los salvadores.
El problema que hoy aqueja a la democracia no es que no deje gobernar al pueblo y que limite en exceso el poder del gobierno, sino que el gobierno ha desbordado impunemente muchos de los límites fijados a su poder. Para este problema, los demócratas sin adjetivos optamos por limitar aún más el poder político, el poder del estado, mientras que los salvadores de la humanidad persiguen justamente lo contrario: romper los límites que impiden el poder ilimitado de la mayoría.
Podemos, viene de Poder. No de poder hacer lo quieras con tu vida, sino de poder imponer tu modelo de vida a los demás. Es un espejismo de la crisis. Pero los espejismos, mientras duran, pueden ser muy peligrosos. Las crisis hacen daño, pero lo peor de ellas suelen ser sus salvadores.
Publicado en Link2News
Los salvadores suelen ser personas creyentes, hombres y mujeres de fe. De fe religiosa como los yihadistas o de fe ideológica como los chicos de Podemos. Suelen ser los hijos ociosos, a veces brillantes, de las clases medias con tiempo para invertir en la revolución de turno. Se presentan como los más firmes y sinceros defensores de los pobres, del pueblo, y la mayoría de las veces acaban por creérselo. Están convencidos de su superioridad moral, de la superioridad moral e intelectual de sus ideas. Unas ideas fruto de la revelación de un paraíso perdido o del conocimiento presuntamente científico de los mecanismos de evolución y desarrollo de la sociedad.
Los salvadores son personajes románticos que se sienten investidos de un saber, mitológico o racional, que les impulsa por el camino de la historia hacia los modelos sociales que han de prevalecer. Modelos de vida personal y colectiva que ellos encarnan, sin lugar a dudas. Saben el futuro y por eso el futuro les pertenece. Un futuro inevitable que, sin embargo, conviene forzar para que llegue cuanto antes y no se haga el remolón.
Hace cincuenta años, los salvadores parían ese futuro esplendoroso con la ayuda de las armas, con la violencia. Pero, oiga, no con cualquier violencia, no, sino con la única violencia para ellos legítima: la violencia revolucionaria. La violencia de los pobres, la violencia de los desheredados, la violencia del pueblo y no la carnicería de los fachas y los reaccionarios. Y así siguen en la mayor parte del planeta, especialmente en el mundo árabe y musulmán. Aquí, por el momento, parece que han aparcado la lucha armada (algo es algo), pero eso no significa ni mucho menos que hayan renunciado a la fuerza. Su vía no es otra que la que en su día fue la vía chilena al socialismo o, más recientemente, la vía bolivariana a no se sabe dónde.
Nuestros salvadores domésticos se llenan la boca denunciando el secuestro de la democracia por las élites, por la 'casta', como dicen ellos tan castizos. Sin embargo, su amor por la democracia es puramente instrumental. Sólo la conciben como medio para obtener el poder y desde allí, con todos los instrumentos coercitivos del Estado, imponer su modelo económico, social y político a todo bicho viviente. Quieren el poder y sin cortapisas, aunque lo disimulen bajo una apariencia hiperdemocrática. Presumen de lo que carecen.
No son ignorantes. Saben perfectamente que las democracias constitucionales nacieron no sólo para elegir al gobierno sino sobre todo para limitar su poder. Limitar el poder del rey, sí, pero también para limitar el poder del pueblo. Para limitar tanto el poder personal como el poder de la mayoría. Por primera vez en la historia de la humanidad se establecieron límites estrictos al poder político. Se proclamó que nadie puede imponer desde el gobierno su religión o su utopía a los demás, que los derechos fundamentales de las persones no pueden ser violados y que la minoría debe ser respetada.
Probablemente, las democracias constitucionales se hayan oxidado, chirríen sus goznes y hayan llegado a ser muchas veces para el ciudadano un auténtico dolor de cabeza. Un dolor de cabeza que puede tratarse con una aspirina pero que los salvadores de la humanidad se apresuran a curar con la guillotina. Esa pasión por la exaltación y la desmesura delata la pulsión totalitaria de los salvadores.
El problema que hoy aqueja a la democracia no es que no deje gobernar al pueblo y que limite en exceso el poder del gobierno, sino que el gobierno ha desbordado impunemente muchos de los límites fijados a su poder. Para este problema, los demócratas sin adjetivos optamos por limitar aún más el poder político, el poder del estado, mientras que los salvadores de la humanidad persiguen justamente lo contrario: romper los límites que impiden el poder ilimitado de la mayoría.
Podemos, viene de Poder. No de poder hacer lo quieras con tu vida, sino de poder imponer tu modelo de vida a los demás. Es un espejismo de la crisis. Pero los espejismos, mientras duran, pueden ser muy peligrosos. Las crisis hacen daño, pero lo peor de ellas suelen ser sus salvadores.
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