Los países europeos no quieren cubrir los déficit de los demás, ya sea directamente o mediante la exposición del banco central a las pérdidas, una medida que haría a todos los miembros responsables. En particular, Berlín no quiere estar en una posición en la que una serie de impagos pueda paralizar a Europa en su conjunto y, por tanto, paralizar a Alemania. Por ello, el país se ha resistido a la flexibilización cuantitativa, incluso a costa de depresiones en el sur de Europa, recesiones en otros lugares y contracciones en la demanda de productos alemanes a pesar de que impulsan el crecimiento de la economía alemana a la baja. Berlín prefiere esos resultados a asumir el riesgo de convertirse en responsable de los incumplimientos de otros países. La principal negociación tuvo lugar entre el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, y la canciller alemana, Angela Merkel. Draghi se dio cuenta de que si la flexibilización cuantitativa no se hacía, la economía de Europa podría desmoronarse. A pesar que Merkel es ante todo la responsable del destino de Alemania, no del de Europa, sabe también que necesita una zona de libre comercio viable en Europa porque Alemania exporta más del 50 por ciento de su producto interior bruto. El país no puede soportar perder el libre acceso a los mercados a causa de hundimiento de la demanda de Europa, pero no va a financiar la deuda de Europa. Los dos líderes llegaron al compromiso de aceptar que el banco central imprima dinero pero que sean los bancos centrales nacionales los que compren la deuda.Esta fórmula plasma la impotencia del proyecto europeo. La unión funcionó mientras funcionó la prosperidad, mientras los fondos comunitarios fluian a discreción, pero dejó de hacerlo cuando dejamos de atar los perros con longanizas y se impuso el sálvese quién pueda. Tan frágil era el proyecto europeo que se está hundiendo ante la primera gran crisis que ha tenido que afrontar, igual que el Titanic se hundió en su primer viaje. Europa sigue siendo un continente, pero no una idea. Y mucho menos un destino común.
Retomar en estos momentos el rumbo a una mayor unidad europea parece muy difícil por no decir imposible. El renacimiento del nacionalismo en casi todos los países europeos mina la base electoral de los partidarios de más Europa y nos conduce a una mayor desunión. Estamos divididos sobre como responder a Rusia en Ucrania. Estamos divididos sobre como responder al terrorismo islamista. Estamos divididos sobre como integrar la inmigración más allá de la multiculturalidad. Pero sobre todo estamos divididos sobre el futuro de Europa. ¿Se acabó el sueño europeo? Ahora mismo me conformaría con no despertar en el pasado.