Es este sentimiento de muchos catalanes del que Artur Mas se aprovecha para utilizarlo impunemente a su favor. Como escribe hoy el independentista Salvador Sostres:
"...miles de catalanes saldrán hoy de casa convencidos de que son los soldados de una independencia que tienen ya a la vuelta de la esquina cuando en realidad no son más que figurantes de un fraude monumental, de una farsa orquestada de la manera más consciente y perversa para que la gran trama convergente pueda continuar en el poder, administrando el victimismo y la necesidad de un pueblo que nunca se cansa de hacer ruido en favor de una secesión que sólo desea en teoría -como CiU- porque si de verdad la quisiera votaría masivamente a ERC, que es el único partido que se presenta a las elecciones con la independencia en el programa desde hace 20 años".
Un engaño para el que ha valido todo. Se ha sometido a la transición, a la Constitución y a la democracia española y sus principales intituciones a un revisionismo histórico sectario que ha llegado a presentarla como una reencarnación del franquismo; se ha establecido como un robo de imposible solución negociada el desequilibrio fiscal, real o imaginario, entre Cataluña y España y, lo que es peor, se ha retorcido y banalizado el concepto mismo de democracia en beneficio de parte.
Lo que se está realizando hoy no es una acto democrático sinó un acto de fuerza. Las únicas papeletas que se han mandado a casa han sido las marcadas con el sí-sí. En los colegios electorales, lugares que se supone neutrales, se recogen firmas para denunciar al Estado español ante la ONU. Sin censo oficial, sin campaña formal ni espacios públicos para la oposición, sin interventores ni controles independientes del voto y del recuento. Esa es la democracia que se está ejerciendo hoy en Cataluña. Y no vale decir que lo han hecho así porqué no han podido hacerlo de otra manera. El fin no justifica los medios. Un demócrata no puede aceptar nunca una caricatura de democracia aunque le beneficie.
Sin embargo, ahí están: independentistas de toda clase y condición, instituciones públicas como la Generalitat y los ayuntamientos, participando en una acción de fuerza para imponer la independencia, de la que la casilla del No es una mera coartada. Todos juntos y revueltos en un psicodrama nacional que les permita seguir adelante sin el más mínimo atisbo de mala conciencia.