Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst





Después de 13 años de escribir en este blog prácticamente sin interrupción, hoy lo doy por clausurado. Esto no quiere decir que me haya jubilado de la red, sino que he pasado el relevo a otro blog que sigue la misma línea de Nihil Obstat. Se trata del blog The Catalán Analyst y de la cuenta de Twitter del mismo nombre: @CatalanAnalyst . Os los recomiendo.



Muchas gracias a todos por haberme seguido con tanta fidelidad durante todos estos años.


martes, 12 de agosto de 2014

Por qué soy un botifler

Ser apóstata te cuesta la vida en algunos países musulmanes. Aquí, excepto que seas apóstata de la religión católica, te cuesta las amistades. Perdí unas cuantas cuando abandoné la fe marxista-leninista, allá por los años ochenta. Ahora, estoy en trance de perder otras más por no ser nacional-independentista. Aunque técnicamente no es posible apostatar de lo que no se cree, en Cataluña se da por sobreentendido que todo catalán es naturalmente soberanista o avalador del proceso. Excepto, claro, los botiflers, los catalanes traidores; que por lo visto han abundado mucho desde la Guerra de Sucesión. Incluso Franco tuvo sus catalanes, como contó Ignasi Riera en su libro 'Els catalans de Franco', título que para muchos nacionalistas no puede ser otra cosa que un oximorón

Pues bien, para bastantes de mis conciudadanos catalanes yo soy un botifler. Estar en contra de la construcción de un estado-nación catalán independiente es poco menos que una traición, por la simple razón de que para ellos ya no es posible exisitir como catalanes sin tener un estado propio. Un estado definido por la identidad. A cada identidad un estado y a cada estado una identidad, he ahí la raquítica contribución teórica del nacionalismo a la ciencia política universal.

En la actualidad, el concepto de estado identitario puede entenderse, aunque difícilmente justificarse, en estados historicamente excepcionales como Israel, rodeados por el medioevo y en dónde su supervivencia física está indisolublemente condicionada a su identidad religiosa. Pero salvo en esos contextos, en Europa los estados identitarios son un retorno al pasado, a la tribu, ahora llamada nación. La nación originaria, mítológica, que fabricó la ensoñación romántica en su virulenta reacción al racionalismo ilustrado.

Los catalanes, a pesar de épocas muy duras, hemos sobrevivido histórica, política, social, cultural y lingüísticamente sin un estado propio y hemos afianzado nuestra libertad con la construcción de un estado de derecho moderno, democrático y no identitario, en España y en Europa. Un estado cada vez más de los ciudadanos -sean cuales sean sus legítimas identidades- y cada vez menos de las tribus nacionales. La culminación del proyecto europeo pasa por desplazar definitivamente el centro de gravedad política de las naciones a los ciudadanos. Ese ha sido y sigue siendo mi proyecto político. Un proyecto europeísta del que creía que Cataluña era una firme impulsora. Me equivoqué.

El catalanismo político fue europeísta en tanto en cuanto España no lo era. Utilizó el europeísmo como coartada moral para camuflar su proyecto nacionalista identitario. Su concepción europea es la de una Europa de los Estados frente a la Europa de los Ciudadanos. Para ellos, ser catalán es un categoria política y moral autónoma. Para mi, por el contrario, ser catalán es como ser blanco o negro, hombre o mujer, un atributo inviolable de mis derechos humanos fundamentales pero nunca un derecho político específico frente a los demás ciudadanos. De esa concepción de Cataluña me siento ajeno. De ese proyecto nacional no formo parte y lo combato. Por eso me creen un apóstata. Por eso soy un botifler.