El llanto por el fin de la democracia en Egipto es una impostura. En el país de los faraones nunca ha existido un régimen democrático del que se tenga que lamentar su desaparición. Lo único que ha existido en Egipto ha sido un episodio de libertad electoral, que podía haber significado un paso importante en la gestación de un Estado de derecho pero que no ha sido así. Las elecciones sólo sirvieron para sustituir un poder autoritario de matriz militar por otro de vocación totalitaria de carácter religioso.
Entonces, ¿para qué tanta impostura? ¿Para que esta insistencia en conceder pedigrí democrático a un gobierno por la única razón de haber ganado unas elecciones? Paradójicamente, tanto la corrección política de izquierdas como cierto conservadurismo de derechas coinciden en reducir el sistema democrático a la voluntad de las urnas, olvidando que éstas no provocan, ni han provocado nunca, la transustanciación democrática de los totalitarios.
Las urnas son la herramienta, el instrumento maravillosamente imprescindible para la asignación no violenta del poder, pero no son la finalidad del sistema democrático. La finalidad de la política democrática no es la de imponer el ideario de los unos a los otros, forzándolos a adoptar modelos de vida con los que no comulgan, sino la de garantizar que la gestión de la administración pública no se hará nunca limitando o suprimiendo los derechos y libertades de los ciudadanos, especialmente de la minoría. Esta es la gran revolución política que surgió de la Ilustración: los derechos ya no derivan de Dios, ni del Estado o la tribu, sino del individuo. Es el ciudadano quien tiene el derecho a vivir como quiera, dentro de sus posibilidades y según sus creencias, mientras no perjudique a terceros. Y la función del Estado no es otra que garantizar este derecho y no la de arrogárselo.
Desde entonces, el epicentro de la teoría política pasó de la preocupación aristotélica sobre quién debe gobernar a la de cómo se debe gobernar. Y fue la respuesta ilustrada a éste como la que dio lugar al nacimiento de las grandes democracias liberales que existen en el mundo. Pero su innegable éxito histórico no ha hecho desaparecer a sus enemigos. Paradójicamente, es su éxito el que las ha terminado amenazando desde dentro. Las ideologías totalitarias y románticas, laicas o religiosas, ante la imposibilidad de derrotar a los Estados democráticos por la violencia descubrieron que podían hacerlo por la vía política, a través de las urnas. Esta vía les ha dado muchas ventajas. Les ha dado libertad para manifestarse y organizarse, pero sobre todo les ha dado una coartada democrática. El fetichismo de las urnas ha permitido a los totalitarios presentarse como demócratas de toda la vida.
No hay que remontarse a Hitler para encontrar ejemplos de utilización de la vía democrática para instaurar regímenes autocráticos, dictatoriales o totalitarios. Es el caso de Rusia, con los permanentes tejemanejes electorales que permiten la permanencia democrática de Putin al frente de un poder corrupto y criminal. O el caso de Bolivia y Ecuador, que han optado por el modelo de "dictadura constitucional" de Venezuela, donde las sucesivas reformas de la Carta Magna han ido ampliando los poderes del gobierno y de su presidente en detrimento del resto de poderes. Un caso similar fue el de Fujimori en Perú, que llegó incluso a clausurar el parlamento.
Pero el ejemplo más paradigmático es el de Salvador Allende, el artífice de la llamada vía chilena o vía democrática al socialismo. Allende, a diferencia de la vía guerrillera exportada por Castro al continente latinoamericano, alcanzó el poder a través de las urnas. Los medios eran diferentes pero el objetivo era el mismo: destruir la democracia burguesa e implantar un sistema comunista similar al cubano. Poco a poco, Allende fue forzando la legalidad hasta que el 22 de agosto de 1973 la mayoría del Parlamento aprobó un acuerdo denunciando la quiebra de la legalidad democrática y pidiendo a las Fuerzas Armadas su restitución. Como editorializó The Economist, "La muerte transitoria de la democracia en Chile será lamentable, pero la responsabilidad directa pertenece claramente al Dr. Allende y a aquellos de sus seguidores que constantemente atropellaron la Constitución".
Este es también, en esencia, el caso actual de Egipto. Un partido de ideología totalitaria, los Hermanos Musulmanes, aprovecha la vía democrática abierta por fuerzas políticas laicas para obtener el poder e iniciar un proceso acelerado de islamización. Tanto es así, que sólo tres meses después de alcanzar la presidencia, Mursi decreta una serie de órdenes ejecutivas en las que se adjudica poderes autocráticos. A finales de noviembre de 2012, el rodillo islamista aprueba una Constitución de orientación islamista que se somete a referéndum 15 días después, sin tiempo para un mínimo debate en profundidad.
Ocupado en reforzar su poder y sentar las bases del futuro califato egipcio, Mursi ignora los graves problemas que se acumulan en el país, especialmente la crisis económica provocada por la caída del turismo y la falta de liquidez para pagar los alimentos importados. Todo ello hizo que los egipcios volviesen a salir masivamente a la calle. El éxito de la revuelta contra Mubarak les había hecho perder el miedo. Y llenaron las calles y plazas de la mayoría de ciudades del país en unas manifestaciones sin precedentes. Pero Mursi no se dió por aludido.
Finalmente, el ejército interviene y los Hermanos Musulmanes se presentan como las víctimas inocentes no ya de un golpe de estado militar pro occidental sino de un golpe sionista del general "judío" Al-Sisi! La paranoia de los islamistas resulta absolutamente ridícula cuando existen suficientes evidencias de la disponibilidad del ejército hacia los Hermanos Musulmanes al ignorar sus sobornos, intimidaciones, amenazas a cristianos e incluso la falsificación de papeletas electorales en las elecciones presidenciales de 2012. Unas elecciones que registraron una participación del 43%, muy baja dado el carácter histórico de los comicios.
Según el político israelí Yossi Beilin, ex ministro de Justicia y dirigente del partido de izquierdas Meretz, el ejército egipcio aceptó el falseamiento de los resultados electorales por miedo al estallido de disturbios generalizados si los Hermanos Musulmanes perdían la presidencia. Según Beilin, los resultados oficiales -el 51,73 por ciento para Mursi y el 48,27% para Shafik- "eran casi el reverso exacto de lo que realmente pasó en las urnas". Los militares creyeron que "un Mursi inexperto aceptaría la ayuda del ejército y evitaría cruzar líneas rojas -en cuanto a Israel, por ejemplo" y que se mantendría el statu quo. No fue así.
Ahora, la reacción militar y la contrarreacción islamista pueden llevar a un baño de sangre, a una revancha que ya ha comenzado y que hay que denunciar e intentar detener. La impostura, sin embargo, seguirá presentando los Hermanos Musulmanes como unos mártires de la democracia y no como lo que realmente son: uno de sus verdugos.
Como dice Bernard-Henri Lévy, lo que Egipto necesita no es la restauración de Mursi ni el espectro de Mubarak, sino el espíritu de Tahrir.
Adiós a Nihil Obstat | Hola a The Catalán Analyst
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